MANUAL PARA
Morir de amor, despacio y en silencio», canta Miguel Bosé. Y no es sólo ficción
ni entretenimiento musical, es realidad pura y dura. Para muchos el amor es una carga,
un dulce e inevitable dolor o una cruz que deben llevar a cuestas porque no saben, no
pueden o no quieren amar de una manera más saludable e inteligente. Hay quienes se
quitan la vida o se la quitan a su pareja, y están los que se agotan y van secándose
como un árbol en mitad del desierto, porque el amor les pide demasiado. ¿Para qué un
amor así? Ésa es la verdad: no todo el mundo se fortalece y desarrolla su potencial
humano con el amor; muchos se debilitan y dejan de ser ellos mismos en el afán de
querer mantener una relación tan irracional como angustiante. Hay que vivir el amor y
no morir por su culpa. Amar no es un acto masoquista donde dejasde ser tú y te complace sentirte maltratado o humillado bajo el yugo de otra persona.
Morir de amor no es irremediable, contrariamente aloque dicen algunos románticos desaforados. Las relaciones afectivas que valen la pena y alegran nuestra existencia transitan por un punto medio entre la esquizofrenia (el amor es todo «locura») y la
sanación esotérica (el amor todo «lo cura»). Amor terrestre, que vuela bajito, pero vuela. Coincidir con una persona, mental y emocionalmente, es una suerte, una sintonía
asombrosa y casi siempre inexplicable. Aristóteles decía que amar es alegrarse, pero
también es sorprenderse y quedar atónito ante un clic que se produce con alguien que
no entraba en tus planes. De ahí la pregunta típica de un enamorado a otro: «¿Dónde estabas antes de que te encontrara?» o «¿Cómo puedes haber existido sin yo saberlo?». Amar es vivir más y mejor, si el amor no es enfermizo ni retorcido. En el amor
sano no caben la resignación ni el martirio, y si tienes que anularte o destruirte para
que tu pareja sea feliz, estás con la persona equivocada.
Para amar no hay que «morir de amor», sufrir, desvanecerse, perder el norte,
ser uno con el otro o alterar la identidad: eso es intoxicación afectiva. Cuando confundimos el enamoramiento con el amor, justificamos el sufrimiento afectivo o su conmoción/ arrebato/ agitación y terminamos enredándonos en relaciones negativas que nos
amargan la vida porque erróneamente pensamos que: «Así es el amor». A veces,
cuando hago terapia, me encuentro con parejas tan incompatibles que me pregunto
cómo diablos han llegado a estar juntos. ¿Es que acaso están ciegos? Y la respuesta
es que, en cierto sentido, sí lo están. No una ceguera física, sino emocional: el sentimiento decidió por ellos y los arrastró como un río desbordado. El amor tiene una inercia que puede llevarte a cualquier sitio si no intervienes y ejerces tu influencia.
Morir de amor, asimismo, es morir de desamor: el rechazo, el insoportable juego
de la incertidumbre y de no saber si te quieren de verdad, la espera, el imposible o el
«no», que llega como un jarro de agua fría. Es humillarse, rogar, suplicar, insistir y persistir más allá de toda lógica, esperar milagros, reencarnaciones, pases mágicos y cualquier cosa que restituya a la persona amada o la intensidad de un sentimiento que
languidece o que ya se nos ha ido de las manos.
Infinidad de personas en el mundo se han quedado atrapadas en nichos emocionales a la espera de que su suerte cambie, sin ver que son ellas mismas las que deben hacer su revolución afectiva. Cada quien reinventa el amor a su manera y de acuerdo a sus necesidades y creencias básicas; cada cual lo construye o lo destruye, lo
disfruta o lo padece. Morir de amor no es un designio inevitable, una determinación
biológica, social o cósmica: puedes establecer tus reglas y negarte a sufrir inútilmente.
Ésa es la consigna.
¿Qué hacer entonces? ¿Es posible amar sin equivocarnos tanto y que el sufrimiento sea la excepción y no la regla? ¿Cómo amar sin morir en el intento y, aun así,
disfrutarlo y sentir su irrevocable pasión?
Que taaaaaaal....Ah que caray caray.
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